Hemos empezado un nuevo año, y para la mayoría de las empresas, esto supone un nuevo ejercicio social con unos nuevos objetivos.
Los objetivos a corto plazo normalmente vienen reflejados en el presupuesto, el cual a su vez, sigue los objetivos a largo plazo definidos por la dirección en el plan estratégico.
En definitiva, el presupuesto marca los objetivos a cumplir a corto plazo, los cuales son necesarios para poder conseguir los objetivos estratégicos de la empresa.
Todo objetivo debe ser claro, cuantificable y nunca el producto de la esperanza sino la consecuencia lógica de unos planes cuidadosamente proyectados.
El presupuesto es todo un proceso en una organización, donde podríamos distinguir tres fases: planificación, coordinación y control. Debemos entender el proceso presupuestario como un medio a través del cual se examinan de nuevo periódicamente las directrices fundamentales y se exponen los principios que han de guiar la organización.
La planificación del presupuesto infunde en la organización el hábito del estudio cuidadoso antes de tomar decisiones. Además, cuando los presupuestos se elaboran con la suficiente antelación y con arreglo a un calendario regular, se dispone de la ayuda de los jefes de operativos, jefes de departamentos, etc.
La falta de coordinación de esfuerzos en una empresa puede ser la causa de unos malos resultados. Sólo cuando el esfuerzo de todos los departamentos se coordina adecuadamente, puede conseguirse toda la fuerza de una actuación unida. El sentirse involucrado es fundamental para el éxito de la elaboración del presupuesto, y sobre todo, para la consecución de los objetivos.
La fase de control supone analizar regularmente los resultados de la empresa, comparándolos con dónde deberíamos estar de acuerdo a los objetivos marcados en el presupuesto, y lo más importante, en caso de no haberse alcanzado los objetivos marcados, permitirnos realizar un plan de acción que nos posibilite cumplirlos. Mi recomendación es realizar una comparación mensualmente de la cuenta de pérdidas y ganancias, el balance, las inversiones y el flujo de caja (el flujo de caja o cash flow deberá permitirnos analizar el fondo de maniobra). Esta información debería analizarse mensualmente a través de un comité de dirección, y en aquellos casos donde la empresa cuente con varios accionistas, en el Consejo de Administración.
A la hora de fijar los objetivos, mi recomendación es dirigir el capital y el esfuerzo a los canales más rentables. Antes de gastar dinero, debe hacerse un estudio riguroso de la cantidad que puede gastarse, de dónde puede proceder esa cantidad, de cómo debe gastarse y de los resultados razonables que se pueden esperar.
Es importante fijar unos objetivos que aporten valor a la empresa. Con esto quiero decir que no cualquier objetivo aporta valor a la organización. En muchos casos se incluye el crecimiento como un objetivo, y éste no puede ser un objetivo en sí mismo. El crecimiento, siendo importante, no es un determinante del valor de la empresa. Su importancia reside en que la tasa de crecimiento esconde y representa el verdadero determinante del valor de la empresa, que es la rentabilidad obtenida por las nuevas inversiones necesarias para conseguir ese crecimiento, y la medida en que la rentabilidad obtenida por esas nuevas inversiones supere el coste de oportunidad.
La rentabilidad de las inversiones, y no el crecimiento entendido como un objetivo en sí, es el motor de generación de valor de una empresa.
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